Por Erick Rojas, Socio y Director de Asuntos Públicos en Comsulting

Quiero comenzar esta columna declarando que fue un verdadero honor haber trabajado en el segundo gobierno de Sebastián Piñera y que, como muchos, sigo muy consternado por su inesperada y abrupta partida.

Con sus luces y sombras, como todas las cosas, a la hora del balance creo que fue un buen gobierno, capaz de enfrentar situaciones extraordinariamente complejas, que solo pudieron ser superadas gracias a su temple, su incansable búsqueda de soluciones, su convicción democrática y su compromiso con lo mejor para Chile.

Cuando acepté trabajar a cargo de las comunicaciones del Ministerio Secretaría General de la Presidencia (Segpres) no conocía mucho al presidente. Aunque no necesité mucho tiempo para entender su visión, su intensa y alta exigencia en el trabajo, y para valorar su compromiso con Chile, sus instituciones y la democracia, especialmente en los momentos más difíciles.

Recuerdo como si fuera hoy, los convulsionados y violentos días de octubre y noviembre de 2019. Fueron días de revuelta social, días de delirio, días en los que nuestra democracia estuvo en un gran riesgo, con una buena parte de la oposición validando la violencia y pidiendo la cabeza del presidente.

¿Y cuál fue su respuesta en estos días aciagos de la democracia chilena? Apostar por la democracia, creer en las instituciones y convencer a los distintos sectores de avanzar en una salida política a la mayor crisis chilena de los últimos cuarenta años. Y aunque el acuerdo constitucional no terminó con una nueva Constitución, evitó un quiebre institucional de insospechadas consecuencias, por lo que valió más que la pena.

Meses después, como miembro del equipo del ministro del Interior, Gonzalo Blumel, me tocó trabajar en la coordinación de la estrategia para enfrentar la pandemia. De nuevo, vimos la mejor versión del presidente Piñera, ese que era capaz de armar equipos, unir a todos detrás de un propósito y conseguir resultados imposibles. Su necesidad de entender el problema y conseguir, contra viento y marea, soluciones permitió que los chilenos fuéramos los primeros en vacunarnos en el mundo, salvando innumerables vidas.

En su primer gobierno, el presidente Piñera también enfrentó situaciones de enorme complejidad, partiendo por la reconstrucción de gran parte del centro y del sur del país, tras el terremoto de 2010; el rescate a los 33 mineros atrapados en la mina San José, y la conmemoración de los cuarenta años del golpe de Estado, con extraordinario pragmatismo y sentido histórico, al realizar la condena irrestricta a las violaciones a los derechos humanos en dictadura, criticar a los “cómplices pasivos” que hubo en el mundo civil en esos 17 años y ordenar el cierre del Penal Cordillera, como gesto simbólico.

No tengo ninguna duda de que, además de su probada capacidad para sortear los momentos más complejos y su compromiso con la democracia, Sebastián Piñera quedará en la historia por ser el primer presidente de centroderecha que llegó al poder dos veces por la vía democrática en casi medio siglo, lo que no había ocurrido desde Jorge Alessandri, quien gobernó hasta 1964.

Tampoco tengo dudas de que, tras su partida, el primer líder de la derecha democrática chilena se transformará en un símbolo, en el mayor referente de un sector que necesita liderazgos y propósitos que inspiren y que de paso erradiquen definitivamente la sombra de Pinochet. Ese será tu mayor legado, Sebastián Piñera: ser el líder histórico y la unidad de propósito que hoy necesita el sector y las futuras generaciones de las derechas. Buen viaje, señor Presidente.

Columna publicada en Perfil